domingo

UNA MUJER TRABAJADORA

Hoy es 8 de marzo y se conmemora y celebra el día de la mujer trabajadora. Llamo a mi octogenaria madre para felicitarla, es lo menos que puedo hacer.

Una mujer, como tantas de su edad, que nunca firmó un contrato, ni recibió una nómina, ni un subsidio de desempleo, ni una paga extra, ni un día de vacaciones, ni una indemnización por despido, ni otra pensión que la de viudedad.

Una mujer que fue durante cuatro lustros tres veces al día con el cántaro en la cabeza hasta una fuente a por agua, que recorría dos quilómetros para lavar la ropa en un arroyo. Que sirvió y cosió hasta que se casó en casas de gentes apenas un poco menos pobre que ella (en los años 40 en un pueblo, la posesión de una recua de mulas o unas fanegas de tierra que cultivar marcaban la división entre servir o tener sirvienta). Tiempos en los que el verbo que se conjugaba para fregar el suelo de rodillas era argofifar. Que recogió aceitunas, espigó la siembra y escardó garbanzos hasta el mismo día en que dio a luz su primer hijo ya superada la treintena. Que amamantó, lavó, limpió, dió de comer, crió, educó, y amó a cinco hijos varones y a un marido sin más ayuda que su propia voluntad y su sentido del deber.

Me contó una vez una de sus hermanas que en cierta ocasión el gobernador provincial del primer franquismo, aún no se había atravesado la primera mitad del siglo XX, mandó comunicación a todos los ayuntamientos para que, en virtud de la refundada Sección Femenina, se procediera a dar un premio a las dos mujeres más trabajadoras de cada localidad. Como quiera que el premio no llevaba dotación económica, no fue entregado a las hijas y esposas de las fuerzas vivas profranquistas, como se acostumbraba en ocasiones parecidas. Como ya habréis supuesto, uno de ellos le fue entregado a mi señora madre.

Celebrar el día de la mujer trabajadora, al menos en su caso, es una redundancia.

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