lunes

SOBRE HÉROES

Dicen los psiquiatras que a medida que aumenta el número de viandantes que ven a una persona en apuros, descienden las probabilidades de que alguien ayude a la víctima. En otras palabras, cuanto mayor sea el número de espectadores, menos probable es que alguno de ellos te ayude.

La teoría se basa en el caso de Kitty Genovese, quien fué asesinada y, al tomar declaración a los vecinos, se dice que hasta 38 personas oyeron o vieron cosas "raras" pero nadie avisó a la poli, confiados en que otro ya lo hubiera hecho. A este fenómeno se le conoce como efecto viandante.


Aparentemente éste en un hecho incuestionable, pero las razones pueden ser muchas: miedo, desidia, ganas de no complicarse... Cuanto mayor sea el número de personas que ven a alguien caído, menos probabilidades hay de que alguien le ayude a levantarse: la responsabilidad se difumina y se diluye como un azucarillo.


Sea como fuere, una consecuencia de la cobardía de la masa es que inmediatamente calificamos como héroe a aquel que hace lo que los demás deberíamos de hacer casi de manera natural y decimos con admiración que están hechos "de una pasta especial". Así tapamos nuestra vergüenza.


Un psicólogo estadounidense, estudiando la receta que conduce al heroísmo, ha identificado seis rasgos de personalidad que se observan en lo que los demás llamamos héroes: valor, bondad, generosidad, habilidad e inteligencia, honradez y, por último, la búsqueda de emociones y de asumir riesgos. ¿De verdad son tan distintos a nosotros? Saca de contexto estos seis atributos y reflexiona si no los asumes como propios en otras facetas de la vida.


Los psicólogos, como no, encuentran en la infancia la causa de nuestro comportamiento. Dicen que los niños aprenden reglas de conducta social que los inhiben: les enseñamos a no interferir. El problema es que no les enseñamos la importancia relativa de las diferentes reglas de conducta y la importancia de ayudar a los demás. No aprenden que, en circunstancias extremas, esas reglas quedan invalidadas.


En un experimento realizado en la Universidad de Massachussetts a un grupo de niños de distintas edades, se les asignó a éstos tareas como dibujar y escribir mientras oían el estruendo de un accidente simulado en una sala contigua. Antes de que sonasen los ruidos, se les dijo a los niños que sólo podían dejar la sala si se les rompían los lápices.


Unos se tapaban los oídos y otros soportaban aquello como podían. Sólo una niña rompió los tres lápices que le habían dado antes de salir a investigar qué ocurría.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buen post, tío.